miércoles, 22 de diciembre de 2010

Las Ciudades Invisibles II

LAS CIUDADES Y EL DESEO
De la ciudad de Dorotea se puede hablar de dos maneras: decir que cuatro torres de aluminio se elevan desde sus murallas flanqueando siete puertas del puente levadizo de resorte que franquea el foso cuya agua alimenta cuatro verdes canales que atraviesan la ciudad y la dividen en nueve barrios, cada uno de trescientas casas y setecientas chimeneas; y teniendo en cuenta que las muchachas casaderas de cada barrio se enmaridan con jóvenes de otros barrios y sus familias se intercambian las mercancías de las que cada una tiene la exclusividad: bergamotas, huevas de esturión, astrolabios, amatistas, hacer círculos a base de estos datos hasta saber todo lo que se quiera de la ciudad en el pasado el presente el futuro; o bien decir como el camellero que me condujo allí: “Llegué en la primera juventud, una mañana, mucha gente caminaba rápida por las calles hacia el mercado, las mujeres tenían hermosos dientes y miraban derecho a los ojos, tres soldados sobre una tarima tocaban el clarín, todo alrededor giraban ruedas y ondulaban papeles coloreados. Hasta entonces yo sólo había conocido el desierto y las rutas de las caravanas. Aquella mañana en Dorotea sentí que no había bien que no pudiera esperar de la vida. En los años siguientes mis ojos volvieron a contemplar las extensiones del desierto y las rutas de las caravanas, pero ahora sé que este es solo uno de los tantos caminos que se me abrían aquella mañana en Dorotea”.
Italo Calvino

De todas las ciudades invisibles de Calvino mi preferida ha sido siempre Dorotea (don de Dios), sin duda alguna por la gracia que la adorna y por el mensaje esperanzador que de ella se desprende.
Su lectura produjo en mi alma un impacto difícil de expresar, la descripción que de ella hace el camellero me derivó a antiguos paraísos perdidos, a sueños recónditos de una existencia anterior feliz y plena. La sensación de haber conocido en otro tiempo dicha ciudad era demasiado fuerte, como una paramnesia o un déjà vù.
“En Dorotea sentí que no había bien que no pudiera esperar de la vida”, esas palabras resonaban en mi cabeza con tanta insistencia que pronto las convertí en mi filosofía de vida. Sin buscarlo tenía en mi mano el secreto de la felicidad, me sentía iluminada, dueña de un poder casi ilimitado.
“Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma”, la experiencia hizo tambalear mi ingenuidad y me enseñó también que no había mal que no pudiera esperar de la vida.
Huelga decir que Jaime fue un pilar fundamental en la construcción de mi felicidad, y que su pérdida ha sido la causa absoluta de mi desventura. Es duro reconocer que me he sentido violada, quebrantada, transgredida en lo más sagrado de mis sentimientos por esta vida que tantas cosas buenas prometía y que tanto me ha decepcionado. Es terrible escuchar cómo el dolor me llama por mi nombre sin darme tregua.
La primera ilustración recrea las geometrías ilusorias de Escher de una ciudad que podría ser Dorotea. La siguiente plasma la atrocidad de una cárcel igualmente ilusoria e imposible del artista veneciano del siglo XVIII, Piranesi. El video nos lo remite nuestro buen amigo Francisco y es un montaje digital a partir de los grabados carcelarios de este último. Se trata de una magnífica interpretación de Yo-Yo Ma del Preludio de la 2ª Suite para violoncello de Bach.


El Puente, M.C. Escher



Giovanni Battista Piranesi, Las Cárceles