lunes, 4 de enero de 2010

Conversación I

No imagino que andarás haciendo, no puedo creer que tu actividad se limite a hacernos esta sutil compañía, en algo ocuparás tu tiempo que supongo ya no es tal como yo lo concibo, me gustaría saber que haces, tengo verdadera curiosidad.
Yo me complazco en mis recuerdos y vivencias contigo. Me despierto por la mañana y te intuyo a mi lado hecho un ovillo, noto tu temperatura corporal, siempre más elevada que la mía. En el trabajo te revelas como un ángel de Murillo revoloteando por mi cabeza. En el campo te percibo con intensidad, como si estuvieras más cómodo y eso ayudara a facilitar tu presencia. Mi adversidad cotidiana no te perturba lo cual me trasmite tranquilidad. Estás en todas partes impalpable, invisible. Ya nunca estoy completamente solo, ni creo que lo esté jamás, aunque esta percepción sea tan tenue y delicada.
Hazme saber solo una sola cosa, Jaime, dime, ahora que puedes y ya de todo estás advertido, con tu natural sagacidad, si estuve a la altura que corresponde en nuestra despedida. Ya abordé este asunto en otra ocasión pero no se me había ocurrido cuestionártelo directamente a ti.
He encontrado este endecasílabo de Petrarca, adecuado a las circunstancias de tu vida y muerte y que no requiere traducción:
“Un bel morir tutta una vita onora”


10 de Septiembre de 2.008


Mark Rothko, Camarón y García Lorca.