viernes, 12 de febrero de 2010

La Carretera

“Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo. Su mano subía y bajaba al compás de la preciada respiración. Retiró la lona de plástico y se puso de pie envuelto en aquellas prendas y mantas pestilentes y buscó algún atisbo de luz en el este pero no lo había”.

No recuerdo como vino a parar a mi mesilla este libro que hoy cobra nueva vigencia con el estreno de la película que lleva su mismo nombre, "La Carretera" de Cormac MacCarthy. Su evocación estos meses ya me entristecía, cuando por fin he visto el trailer he llorado con facilidad. No sé si la película hará honor al libro, de este guardo una grata impresión, la película, como tantas veces ocurre, puede ser un fracaso, esperaremos a verla.
Versa el libro sobre la relación padre-hijo llevada al límite en un mundo sin más ley ni principio que el dictado del puro instinto de supervivencia.
Es un argumento que fácilmente puede sugestionarme y fascinarme, hoy con mayor intensidad que cuando lo leía, probablemente con Jaime al lado enfrascado en su propia lectura.
Me gusta la vida sin edulcorantes y en toda su extensión; la caza es probablemente la actividad humana más primitiva y elemental, constituyendo un viaje a la esencia de la realidad, su práctica me devuelve el sosiego y serenidad perdidos.
Hoy es un juego, pero un juego que recrea a la perfección situaciones límite; olvidas por completo si en la fortuna del lance está en juego tu supervivencia y la de los tuyos y eso te retrotrae a un estado primordial, básico y decisivo.
La próxima temporada, Jaime hubiera abatido, probablemente su primera perdiz, en ello hubiera empeñado todas mis fuerzas y conocimientos y a partir de ese momento, sin apenas apercibirse, hubiera accedido a un estadio nuevo a través de este particular rito iniciático, que trasciende a culturas y modas y que abre los caminos a la madurez como persona.
Se manifestaba como tirador excelente, observador incansable, amante incondicional de la naturaleza, respetuoso con las normas y obstinado hasta el agotamiento físico; cualidades, todas ellas, imprescindibles para llegar a ser un cazador.
Duele y mucho, no poder transmitir lo que tantas horas, días y años me ha costado aprender, sobre todo presintiendo la clase de aprendiz que iba a tener.






«Hay cazadores que miden el éxito de sus cacerías por el peso del morral. Percha nutrida, diversión cumplida, dice el refrán que me invento porque viene a pelo. Yo mantengo un punto de vista diferente: un par de perdices difíciles justifican la excursión; seis a huevo, no» (El último coto, Miguel Delibes).