martes, 16 de noviembre de 2010

Las Ciudades Invisibles I

"LAS CIUDADES Y LA MEMORIA
Partiendo de allá y caminando tres jornadas hacia levante, el hombre se encuentra en Diomira, ciudad con sesenta cúpulas de plata, estatuas en bronce de todos los dioses, calles pavimentadas de estaño, un teatro de cristal, un gallo de oro, que canta todas las mañanas sobre una torre. Todas estas bellezas el viajero ya las conoce por haberlas visto también en otras ciudades. Pero es propio de ésta que quien llega una noche de septiembre, cuando Los días se acortan y las lámparas multicolores se encienden todas juntas sobre las puertas de las freiduras, y desde una terraza una voz de mujer grita: ¡uh!, se pone a envidiar a los que ahora creen haber vivido ya una noche igual a ésta y haber sido aquella vez felices."
Italo Calvino


Hace algunos años cayó en mis manos el libro “Las Ciudades Invisibles” de Italo Calvino. Nunca conseguí leerlo de un tirón. Es la clase de lectura que necesita un estado de ánimo y una disposición especial, es como un buen libro de poesía, el lector no suele acabarlo pero no puede desprenderse de él.
Desde hace años está en mi mesa de noche (que no mesilla), amontonado entre pilas de libros y no pasa mucho tiempo sin que lo consulte de nuevo. El libro es una especie de laberinto, plagado de ciudades imaginarias, ciudades invisibles, descritas morfológicamente con todo lujo de detalles y descritas también de otro modo, yo diría bajo el punto de vista de los sentimientos y de las reacciones humanas.
Kublai Jan, el emperador de los tártaros encarga a Marco Polo que viaje por su imperio y le describa lo que ve. El veneciano describe lo que ve, pero sobretodo lo que no ve. Son ciudades que están ahí pero son invisibles y finalmente sólo las comparten el emperador y él.
El libro es referencia obligada para arquitectos y urbanistas, ya que el lector encuentra inteligentes reflexiones que Calvino hace en torno a la habitabilidad y humanización de las ciudades.
Inventar urbes y países es un arquetipo que forma parte del inconsciente colectivo y que es relativamente común. Cuento esto porque Jaime, con su desbordante imaginación, creó un complejo universo de ciudades y países invisibles con nombres y particularidades propias, con sus leyes y su historia, en resumen, cada uno con su propia idiosincrasia. Este pequeño mundo se extendía a lo largo de cualquier rincón de nuestra casa, por ejemplo bajo la mesa del comedor se erguía Lironte y en la chimenea Chimentón, en la lavadora estaba Lifilín Pato y en el cesto de la ropa sucia Vivirenaricozi. Estas ciudades invisibles eran tan reales para él como la pura realidad y consiguió, con el paso del tiempo que lo fueran también para todos nosotros. Confundir por nuestra parte un nombre con otro o equivocar la ubicación de una urbe suponían una grave ofensa al desconocer conceptos que para él eran evidentes. En definitiva, él era Marco Polo y nosotros el emperador de los tártaros. El país de Cabriante fue el último que me enseñó pocos días antes de partir,” su capital es Puebla de Cabra Mayor”, me dijo solemnemente. “Tomo nota”, contesté divertida.
Adornaré esta entrada con un dibujo de Jaime sobre la ciudad de Clerdeva , podría ser sin lugar a dudas cualquiera de las urbes descritas magistralmente por Calvino, con sus cúpulas de plata y sus torreones como dedos que apuntan al cielo.
Las otras ilustraciones son de M.C. Escher, pintor de ciudades y edificaciones imposibles, muy admirado por nosotros. ¿Recuerdas, Jaime, cómo nos devanábamos los sesos intentando comprender su obra que desafía las reglas de la física, la gravedad y la lógica? Tal vez el lugar en que ahora te encuentras se parece más a tus ciudades invisibles y a las de Calvino y Escher que a este mundo nuestro. Tal vez las escaleras se pueden recorrer boca abajo y el agua tiene tendencia a flotar en el aire, ¿Quién sabe?
Paz


Clerdeva, (dibujo inacabado), Jaime Dobato Benavente


Relatividad, M.C. Escher


Escaleras arriba, escaleras abajo, M.C. Escher