"No sé por qué hay que dejar de querer a una persona sólo porque se ha muerto. Sobre todo si era cien veces mejor que los que siguen viviendo"
J.D. Salinger (El guardián entre el centeno)
Tengo los lagrimales secos, deshidratados, agostados, no queda ni una gota que verter. Será el preludio, sospecho, de la fase siguiente. Ignoro que me aguarda y que nuevas y sutiles torturas me deparará la memoria.
Me complace creer que al igual que cuando expiró Jesús la tierra tembló y las cortinas del templo se desgarraron, así mismo en los días previos e inmediatos a la muerte de Jaime se sucedieron una serie de incendios sin precedentes que devastaron la región; la tierra manifestaba de este modo su terrible herida. La razón me pide esta correlación, este vínculo estrecho, este nexo indubitable. No puede acontecer algo tan significativo sin que el cosmos lo acuse de un modo manifiesto, mientras mi hijo ardía en el crematorio la tierra era calcinada igualmente, inmolada en un gesto fraternal, solidario y mimético.
“Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde…..”
Dice Loquillo poniendo música al poema de Gil de Biedma, y lo suscribo desde aquí; creo que me llegó el momento brutal, atroz y cruel de la percepción de la vida en todo su rigor y dureza, tarde, es verdad pero llegó. No me siento merecedor de esta lección.
Siento que lo he dicho todo, ya no queda nada dentro, me siento eviscerado, sin recursos, nada me empuja a continuar.
La sensación de que el ciclo concluirá me produce desazón, el giro completo de la tierra en torno al sol, marcará, a buen seguro, un principio y un final. Otra etapa, otra meta, y de nuevo la incógnita.
Me gustaría oír esas palabras que me ayuden a avanzar a seguir, que me señalen el camino hasta el final de la vida.
Dicen que las cosas con el tiempo pierden su rudeza, sus asperezas. Que así sea.
Tengo los lagrimales secos, deshidratados, agostados, no queda ni una gota que verter. Será el preludio, sospecho, de la fase siguiente. Ignoro que me aguarda y que nuevas y sutiles torturas me deparará la memoria.
Me complace creer que al igual que cuando expiró Jesús la tierra tembló y las cortinas del templo se desgarraron, así mismo en los días previos e inmediatos a la muerte de Jaime se sucedieron una serie de incendios sin precedentes que devastaron la región; la tierra manifestaba de este modo su terrible herida. La razón me pide esta correlación, este vínculo estrecho, este nexo indubitable. No puede acontecer algo tan significativo sin que el cosmos lo acuse de un modo manifiesto, mientras mi hijo ardía en el crematorio la tierra era calcinada igualmente, inmolada en un gesto fraternal, solidario y mimético.
“Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde…..”
Dice Loquillo poniendo música al poema de Gil de Biedma, y lo suscribo desde aquí; creo que me llegó el momento brutal, atroz y cruel de la percepción de la vida en todo su rigor y dureza, tarde, es verdad pero llegó. No me siento merecedor de esta lección.
Siento que lo he dicho todo, ya no queda nada dentro, me siento eviscerado, sin recursos, nada me empuja a continuar.
La sensación de que el ciclo concluirá me produce desazón, el giro completo de la tierra en torno al sol, marcará, a buen seguro, un principio y un final. Otra etapa, otra meta, y de nuevo la incógnita.
Me gustaría oír esas palabras que me ayuden a avanzar a seguir, que me señalen el camino hasta el final de la vida.
Dicen que las cosas con el tiempo pierden su rudeza, sus asperezas. Que así sea.