miércoles, 21 de abril de 2010

Santo Domingo de Silos

"Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza..."
Desgranaba Gerardo Diego estos versos reflexionando sobre el ciprés que todavía hoy se yergue en el claustro del monasterio de Silos.
En el capitel más emblemático del claustro posa Jaime, remedando la actitud de Jesús frente a Tomás el Apóstol:
- Pon aquí tu dedo y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente -
Entonces Tomás respondió y le dijo:
-¡Señor mío y Dios mío!-
(Juan 20: 27, 28)
Si tuviera un mínimo indicio de que me iba a reunir contigo, mi partida no se demoraría un instante, pero yo como Tomás, hijo mío, necesito introducir la mano en alguna parte. Lo que aquí dejaría es mucho, tú lo sabes, y estoy comprobando que no se puede andar por ambos lados del lindero.
Por dos veces consecutivas, Mar, casada con mi primo Antonio, madre de cuatro hijos y viuda del mismo, me habló en la Iglesia el domingo de Resurrección, mientras yo lloraba amargamente tras haber “tirado de las palometas”:
- ¡Vicente: Jaime te está viendo desde el cielo! –
Entonces creí, como ella cree, no me cupo la menor duda, estabas viéndome; era la prueba, la señal que necesitaba. Pronto se desvaneció.