jueves, 27 de enero de 2011

Padres e hijos

Dicen que la conversación fue referida por algún presente. Es probable que este cediera a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor. La anoto ahora porque en ella va un destello de mi adolescencia y un trágico y desgarrado pormenor de la índole y naturaleza de una relación padre-hijo en un tiempo irremisiblemente perdido.

Luis Moscardó: ¡Papá!
Coronel Moscardó: ¿Qué hay, hijo mío?
Luis Moscardó: Nada, que dicen que me van a fusilar si el Alcázar no se rinde, pero no te preocupes por mí.
Coronel Moscardó: Si es cierto encomienda tu alma a Dios, da un viva a Cristo Rey y a España y serás un héroe que muere por ella. ¡Adiós, hijo mío, un beso muy fuerte!
Luis Moscardó: ¡Adiós, papá, un beso muy fuerte!
Toledo, 23 de julio de 1936

La historia que referiré a continuación es del mismo tenor, mediando algo más de 600 años entre las dos, pero igualmente dramática y con idénticos protagonistas y condiciones. Se funde como en la anterior la leyenda y la historia; el honor, el valor y la épica. Es la historia de Guzmán el Bueno.

Así que maniató a Pedro Alonso y, tras presentarlo a su padre, amenazó con degollarlo ante su presencia.
Mas sólo obtuvo una negativa por respuesta:
«E don Alonso Pérez le dijo que la villa que gela non darie; que cuanto por la muerte de su fijo, que él le daria el cuchillo con que lo matase; é alazólez de encima del adarve un cuchillo, é dijo que ante quería que le matase aquel fijo é otros cinco si los toviese, que non darle la villa del Rey su señor, de que él ficiera omenaje.»
Esto irritó tanto al infante, que allí mismo lo degolló, mandó cortar su cabeza y la catapultó al castillo.
Tarifa, primavera de 1294


Que la Policía del Pensamiento (Orwell, 1984) perdone estas licencias, que hoy me permito, la historia así se escribió, como hoy se escribe en clave de corrección política, oeneges, feminismo, nacionalismos y xenofobias.
He engendrado hijos y perdido hijos, he sido osado y débil, prosaico y místico, he sido a un tiempo tenaz e inconstante, he sido, en fin, contradictorio, paradójico e incoherente. Pero ese caos primitivo que es mi alma, no deja de conmoverse, hoy como ayer, releyendo los trasuntos de estas despedidas definitivas y absolutas.
Es la historia de Abraham e Isaac que se repite de nuevo. No es mi historia, no cabe duda, pero quien sabe como se referirá, si es que alguien se demora en contarla en alguna ocasión.
Acabo con un fragmento del poema de Arthur Rimbaud: “El ángel y el niño”,

«¡Niño que a mí te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;
habita el palacio que has visto en tu sueño;
¡eres digno! ¡Que la tierra no se quede ya con un hijo del cielo!
Aquí abajo, no podemos fiamos de nadie; los mortales no acarician nunca con dicha sincera;
incluso del olor de la flor brota un algo amargo;
y los corazones agitados sólo gozan de alegrías tristes;
nunca la alegría reconforta sin nubes y una lágrima luce en la risa que duda.
¿Acaso tu frente pura tiene que ajarse en esta vida amarga, las preocupaciones turbar
los llantos de tus ojos color cielo y la sombra del ciprés dispersar las rosas de tu cara?
¡No ocurrirá! te llevaré conmigo a las tierras celestes,
para que unas tu voz al concierto de los habitantes del cielo.
Velarás por los hombres que se han quedado aquí abajo.
¡Vamos! Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Y que tu madre no se vele con lúgubre luto;
que no mire tu féretro con ojos diferentes de los que miraban tu cuna;
que abandone el entrecejo triste y que tus funerales no entristezcan su cara,
sino que lance azucenas a brazadas,
pues para un ser puro su último día es el más bello!»


Guzmán el Bueno arrojando su daga en el cerco de Tarifa, del artista Salvador Martínez Cubells.