Miércoles noche. Miércoles noche previo al último fin de semana del mes de noviembre. Ahora debería estar haciendo la maleta para mañana partir hacia Sevilla. Cogería un vuelo a final de mañana para aterrizar en la que siempre ha sido mi ciudad favorita y al llegar al hotel ahí estaría Jaime, con mi padre, quizás también con mi madre, quizás con nuestra prima Olga, que habrían llegado minutos antes en el AVE desde Zaragoza tras haber cantado al salir de la capital baturra su jota favorita a voz en grito en el tren “El Ebro guarda silencio al pasar por el Pilar, la virgen está dormida, no la quiere despertar”. Nos encontraríamos en la recepción del hotel, me daría un beso, iríamos a comer al restaurante Miguel Ángel y corriendo a la feria… Así fue el año pasado y así o muy semejante hubiera sido mañana.
Pero no, no estoy haciendo ninguna maleta, estoy en mi habitación mirando un video que Jaime se grabó mientras tocaba en el piano una composición que él mismo había hecho, y pensando como fueron mis últimos momentos con él.
Ese domingo, como cada día que íbamos a montar, habíamos quedado a las 10 con mi padre y con Raúl en el corral; me sonó el despertador a las 9 y a las 9.05 oí el teléfono de casa sonar, medio minuto después vi a Jaimito aparecer tambaleándose, con su pijama de colores chillones y los ojos más bien cerrados por la terraza del apartamento que venía a despertarme. Le pregunté que tal le había ido la tarde-noche por las fiestas de Abenfigo y me dijo que no se había aburrido tanto en los días de su vida! Desayunamos juntos y cada uno nos fuimos a vestir a nuestro cuarto. Cuando pasé a por él ya preparada, me lo encontré discutiendo con la botas, resultaba una tarea muy complicada para él ponerse y quitarse las botas! Cuando por fin consiguió ponérselas, una de ellas le molestaba, se la tuve que quitar, con los correspondientes malabares que eso llevaba, mientras mi padre llamaba al móvil diciéndonos que los caballos estaban listos esperándonos. Tras quitar la bota salió una piedra, ahora había que volver a ponérsela, lo cual llevaba un rato; llegábamos tarde, salimos de casa gritando y mientras el ascensor subía me dijo “Serás una madre muy dura”. Yo me reía mientras él estaba de morros…
Por fin llegamos al corral, nos montamos al caballo, todos queríamos ir hacia Pueyos pero Jaime quería ir a la Badina, por no escucharlo “rosigar” durante toda la mañana decidimos hacerle caso.
El paseo discurría con normalidad, el sol empezaba a calentar con fuerza, yo le iba echando la bronca a Jaime por estirarle las riendas al Compañero cada vez que bajábamos una cuesta. Sobre las 11 estábamos a punto de llegar al merendero de la Badina desde el cual emprendíamos ya el camino de vuelta a casa. Tocaba bajar por un pequeño barranco, Jaime estiró de las riendas del caballo por lo que el caballo echó para atrás y se quedó arriba quieto, mi padre tuvo que bajar para ayudarle mientras los dos le decíamos que no estirara de las riendas. Una vez abajo recuerdo que me dijo: “Perdón Anita, perdóname”. Pero en el siguiente barranco volvió a estirar de las riendas del caballo. A partir de ahí todo está más difuso, sí que recuerdo que cuando mi padre lo iba a coger en brazos le di un abrazo y un beso y le dije: “Venga Jaimito cariño, que no pasa nada”, mi padre lo cogió y se fueron por la senda, los dos llorando. Esa fue la última frase que le dije a mi hermano “Venga Jaimito cariño, que no pasa nada”. Esa fue mi despedida, “no pasa nada”, no sé que le hubiera dicho de saber que era lo último que él iba a oír de mí, pero no hubiera sido eso. Un “te quiero”, un “espero verte pronto” o un “cuida de nosotros y pórtate bien” en plan madre dura…
Donde quiera que esté espero que sepa que le quiero mucho y que espero poder verlo pronto…
Las primera foto es de nuestro viaje al SICAB en Sevilla el año pasado.
La segunda la hice uno de los días que fui a la Badina después del accidente.