miércoles, 10 de marzo de 2010

La Alameda de Jaime

Como Saulo en el camino de Damasco, Jaime fue derribado de su caballo. Saulo tenía un destino y un designio divino lo cegó y otro le devolvió la vista y así su vida tomó un camino radicalmente distinto.
Jaime, también perdió la visión cegado por la obscura química neuronal y también la recuperó en los minutos siguientes, para dirigirme su última mirada y manifestar, que si, que si que te veo papá.
Su destino quedó sellado esa mañana. Hoy me pregunto si al igual que San Pablo, no nos habrá correspondido la misión de transmitir una encomienda, su legado, como instrumentos del destino, azaroso y voluble.
La vida del hombre se prolonga más allá de la muerte y presiento que somos la herramienta elegida para llevar a buen fin la de Jaime.
El escenario de los hechos es singular y a su modo extraordinario, ambos sentíamos su poderosa atracción. Evoco esa alameda, como un remanso de paz, oyendo tan solo el rumor del río y el canto surreal de algún pájaro y todos nosotros convertidos en autómatas y en maniquíes como en las pinturas de Chirico y Delvaux.



La Conversión de San Pablo, Caravaggio