miércoles, 23 de junio de 2010

La Cena de Emaús




Dos obras maestras que juntos pudimos contemplar, ilustran este post.
"Lamentación de Cristo" de Roger van der Weyden, 1441, en los Museos Reales de las Bellas Artes de Bruselas.
"Los Discípulos de Emaús", 1601, de Caravaggio en la National Galery de Londres.

No es el azar quien me lleva a citarlos, ambos entrañan un regocijo velado; el final de la Pasión y la Resurrección. Median 150 años en la ejecución de los mismos y medio milenio hasta hoy y continúan colgados en un paramento porque su vigor y vigencia han permanecido inmutables.
El número de percepciones, emociones, pensamientos y vicisitudes que pueden acontecer a un ser humano puede ser o no limitado; sentir que los has agotado es de algún modo intuir el final. Cuando vuelvo a ver estas grandes obras, con toda su carga evocadora, en el monitor de mi ordenador siento que todavía me resta algún tiempo y que no he cubierto mi trayectoria vital.
He vivido mi particular “Lamentación” y aguardaré el momento de mi “Cena de Emaús”, que espero sea al menos tan gratificante como prometen las viandas que se representan en el cuadro.
Y así mismo espero, como al final de los cuentos de siempre, Jaime: que ahí arriba, seamos felices y comamos perdices. Perdices que no pudiste cazar aquí abajo, pero que no te quepa duda cazaremos en otra ocasión, ahí, aquí o donde Dios y la naturaleza provea, que bien conocida es la volubilidad de ambos.

No lo puedo evitar, solo una triste pincelada poética:
¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?.
Jorge Luis Borges