jueves, 25 de febrero de 2010

Conversación III

No he regresado hijo, no sé cual es mi temor exactamente, tal vez el hecho de hallar un vestigio mínimo de aquel día, o el obligado reverdecimiento de los recuerdos.
Aquellos chopos como los árboles del Bautismo de Cristo de Piero de la Francesca, o como los de Le Blanc Seing de René Magritte, a buen seguro me producirán una desazón que no deseo, estoy bien así.
Rememoro la absoluta quietud, la luz implacable de agosto, solo perturbados por el afán y vehemencia de los médicos sobre tu cuerpo inerte. Aguardaré a que mi retentiva filtre la evocación de aquella mañana y así poder regresar, pero en paz con todo, con el cosmos y con esta parte ínfima del mismo que soy yo. Ese día y no otro será con certeza, definitivo en mi existencia.
Quiero hacer en aquel lugar un monolito en tu recuerdo, que sea sólido, que perdure, que sobreviva, al menos, a todos los que te conocimos, que transcurridos 100 años, se lea allí lo que ocurrió esa mañana de agosto. Deberá de ser digno de ti, de tu vida ejemplar y de tu muerte modélica. Es una tarea ardua la que me he propuesto pero así es como cobra sentido mi vida.
Tal y como dice tu tía Maria Pilar, “no voy a resignarme y a olvidar sino que el recuerdo y el duelo se convertirá en energía que transforme el mundo”.
Ilustraré este post con las dos obras mencionadas, la primera la pudimos contemplar en La National Gallery de Londres, en el verano del 2.008. La segunda no la pudimos admirar porque no nos dio tiempo; como tantas cosas, pero me consta que la tenías inventariada como gran parte de la obra de Magritte. Adjunto también una fotografía en la casa del pintor, en Bruselas, concretamente en su estudio.