El bar del Parador de Santo Domingo era el marco, estábamos solos.
Leonardo era el tema de la conversación, mientras esperábamos la cena, y concretamente el modo misterioso con que alzan el dedo sus ángeles, señalando al cielo, era la cuestión.
Repetíamos, entre risas, una y otra vez el gesto con desigual fortuna, aprobando y desaprobando nuestras imitaciones.
El niño entre los adultos -Jesús entre los doctores- y siempre absorbidos por tu incansable locuacidad.