¿De que modo se puede cuantificar el dolor?, ¿Qué baremo podría servir para valorarlo?, ¿Cuál sería el modo de acotarlo, medirlo, pesarlo..?, ¿Tal vez, el volumen de lágrimas vertidas?, o mejor el volumen de lágrimas vertidas en un determinado intervalo de tiempo; porque no es lo mismo un litro por minuto cada día que un litro a lo largo de cada día; la intensidad del primer caso debería ponderarse de diferente modo que el segundo aún produciendo la misma cantidad de líquido…. Vienen a cuento estos disparates, en mi afán por medir lo inconmensurable, poner plazos, establecer tiempos, para este dolor que me desgarra, en oleadas, maremotos, tsunamis. A días de aparente relajación le suceden indefectiblemente otros que son doblemente hirientes, como si hubiera faltado a una obligación impuesta.
Así hasta hoy, tres meses después. Me agota esta incertidumbre, me produce hastío y cansancio.
Así hasta hoy, tres meses después. Me agota esta incertidumbre, me produce hastío y cansancio.
¡Como quisiera que mi angustia se pesara y se pusiera en la balanza, junto con mi desgracia!
¡De seguro pesarían más que la arena de los mares!
¡Por algo mis palabras son tan impetuosas!
Las saetas del Todopoderoso me han herido y mi espíritu absorbe su veneno.
¡Dios ha enviado sus terrores contra mí!
(Job 6.1)
Yo no sé contra quien o contra que debo dirigir mi diatriba; si acaso contra mi mismo, porque no me estoy comportando como hubiera cabido esperar.
Ni yo era tan fuerte, ni Paz y Ana eran tan débiles, antes bien ha sido al contrario, Nadie se tenga por imbatible hasta no haber probado la correspondiente dosis de “veneno del Todopoderoso”. No valen extrapolaciones, del tipo, la muerte del padre o la del hermano; no sirven, estas constituyen hechos intrascendentes en una trayectoria vital.
Lo del hijo no tiene parangón alguno; la identificación y simpatía con el que vive con la misma rémora es inmediata, te reconoces y te reflejas en sus rostros; viéndolos, te ves.
El resultado final es abominable, pero aquí seguimos, como nos ha correspondido. Los precarios restos del atávico instinto animal que todavía nos impelen a seguir, nos sacarán adelante o al menos eso espero.
Ni yo era tan fuerte, ni Paz y Ana eran tan débiles, antes bien ha sido al contrario, Nadie se tenga por imbatible hasta no haber probado la correspondiente dosis de “veneno del Todopoderoso”. No valen extrapolaciones, del tipo, la muerte del padre o la del hermano; no sirven, estas constituyen hechos intrascendentes en una trayectoria vital.
Lo del hijo no tiene parangón alguno; la identificación y simpatía con el que vive con la misma rémora es inmediata, te reconoces y te reflejas en sus rostros; viéndolos, te ves.
El resultado final es abominable, pero aquí seguimos, como nos ha correspondido. Los precarios restos del atávico instinto animal que todavía nos impelen a seguir, nos sacarán adelante o al menos eso espero.