lunes, 1 de febrero de 2010

Ana y Jaime

Esa mano que estrecha mi cintura me obsesiona, es con total certeza el último gesto de un semejante, absolutamente espontáneo en el que percibiré la calidez del afecto sin contrapartidas.
El último hijo que adolece, que deja la niñez, que se adentra en el mundo y se despega inexorablemente de sus progenitores.
Sospecho que he asistido brutalmente al final de algo que me ha colmado y henchido de vida, durante un gran periodo de mi existencia. Jaime nació cuando Ana tenía 13 años, murió cuando le faltaba poco para cumplirlos. Son 26 años de los 54 que he vivido, mi vida adulta siempre ha discurrido con un hijo al lado. Hoy me falta el eje, el quicio, el norte y no lo hallo, donde quiera que indague.
Son seis meses sin una señal, sin un atisbo de consuelo, asido a estos detalles recogidos en fotografías y recuerdos.
Debo necesariamente cambiar el tono de mi post, Ana me acaba de dar una noticia, que por su magnitud, calidad y contenido me llena de alegría; puedo asegurar que es lo mejor que me ha acontecido en los últimos seis meses, dejaré que sea ella quien la revele, puesto que a ella concierne su difusión si así lo estima.
Ilustraré esta entrada con una obra, simpática y misteriosa, pertenece a Otto Dix, se halla en el Museo Thyssen-Bornemisza. En compañía de Jaime, nos demoramos más de una vez en su contemplación. Añado este enlace que explica y aclara el cuadro con detalle y prolijidad:
http://www.museothyssen.org/microsites/otto_dix/index.htm