jueves, 27 de mayo de 2010

El Reino de los Cielos

Cerrábamos los ojos y aguardábamos sin dormir que de nuevo relumbrara el día. En vano fatigábamos una nueva jornada sin consentir alivio alguno, la fuerza del nuevo día resultaba inmisericorde.
Fueron tres días o uno solo multiplicado por el dolor, abandonado al arbitrio de ajenos protocolos, intrincados convencionalismos, perplejos trámites, que ocuparon mi tiempo, empañando la percepción de la realidad.
La imprecisión y la vaguedad fue nuestro estado solo tolerable por la cercanía de los otros: Paz, mi pareja y Ana, mi hija.
Abomino de la novedad por igual que la preciso, mas no está en mi condición el exceso sino la mesura y el comedimiento y aquellos días excedieron con mucho mi capacidad.
Ignoro como discurrió mi tiempo, horriblemente habituado al dudoso momento, confundiendo la atrocidad de unos minutos con la extensión de toda mi existencia, sollozando a cada momento olvidando la razón.
Espero, Jaime, que desde el Reino de los Cielos, donde a buen seguro estás, conduzcas nuestras existencias por este largo camino, por este largo y tembloroso camino y que este nos conduzca de nuevo al inicio del ciclo, para revivir este y todos los infinitos instantes que compusieron nuestras vidas en común.