A veces alguien insinúa:
—¿No murió tu hijo hace ya dos años?—
—¿No es tiempo ya de olvidar?—
Lo dicen con el corazón y la mejor intención.
Y yo les respondo:
—Ahora tendría quince años—
Vivíamos con la certidumbre de que los días y los años harían de aquel prodigio un hombre. No ha sido así, y ahora las lágrimas arruinan mis ojos, privados de luz, y cada día, siempre, hasta la muerte, recuerdo a aquel que una vez llevaste en tu seno, a aquel a quien pariste entre sangre y dolor y que cayó por mano ignota...
Hemos deseado juntos, con vehemencia contener e impedir que la vida prosiguiera su frenética actividad, que la misma tierra se detuviera, pero ni mi anhelo ni el deseo de una madre es suficiente para lograrlo.
Yo sé de la magnitud de mi dolor pero posiblemente no atisbe la dimensión del tuyo. Mi herida y quiero creer que la tuya están restañadas, pero solo eso, nada más.
Imagino tu corazón de madre atravesado por una pena cruel y atroz, como aquellos de Las Dolorosas, erizados de puñales. Aquellas láminas que en mi infancia me consternaban con la idea de una muerte en vida, porque imposible era vivir con un corazón tachonado con siete dagas, por mas bellas que estas fueran.
Siete Dolores, uno por cada puñal, porque siete son los momentos que abarcan todos los trances del dolor de María.
Es el dolor sublimado de esas Dolorosas mecidas por los costaleros, que cobran vida propia y que inspiran conmiseración sin implorarla ni pedirla.
Son sus nombres, María Santísima de los Dolores, Nuestra Señora de las Penas, Ntra. Sra. del Mayor Dolor en su Soledad, Ntra. Sra. de las Angustias….toda una estética con cánones universales para mostrar la quintaesencia del dolor, del dolor por excelencia: aquel de la mujer privada violenta y prematuramente de su progenie.
Tu dolor posiblemente Paz, tu dolor de hembra y madre, seguramente bien distinto del mio.