Días
atrás inquiría en el pasado junto con Paz, con la esperanza de recordar algún
pasaje o episodio en la vida de Jaime que por su singularidad o excepcionalidad
le hubiera llamado la atención y para el cual no hubiera encontrado una
explicación coherente. El resultado fue desalentador en aquel momento, aunque
yo perseveré con mi frágil memoria hasta dar con un recuerdo que bien podía
encajar con el objeto de mi busca.
El
caso es que fue ella quien me lo refirió y yo no viví el desarrollo de los hechos subsiguientes, que el recuerdo general, seguramente, enriquecerá y dilatará.
Jaime
debía contar a la sazón alrededor de dos años, una edad misteriosa en que la
percepción del entorno debe comenzar a perfilarse. Habituado a ir en su silla,
a caminar dificultosamente, a perturbar constantemente la vida de los adultos
que le rodeaban.
La
cuestión es que Jaime por espacio de 10 o 15 minutos se ausentó mentalmente sin
percibir o apercibirse de cuanto le rodeaba, ajeno a cualquier estímulo
considerado como habitual por cuantos se hallaban próximos. Permaneció en esta
actitud hasta que su voluntad se avino a retornar y retomar lo que su madre y
presentes consideraron un talante y disposición normales. En su día, el asunto,
causó la consiguiente alarma, hasta que
el tiempo desdibujó y borró la anécdota pasando a ser un acontecimiento que
perdió, como casi todo, su vigencia y relevancia, máxime cuando en el decurso
de su existencia pasó a ser algo relativamente frecuente.
Hoy
me sirven estos hechos para jugar a entrever la dimensión de mi estrecho mundo
y por el contrario la magnitud del ingente universo.
- ¿Qué
pensamientos pueden tener cabida en un cerebro de 2 años de vida, tales que te
alejen de esta realidad hasta el punto de ignorar a su madre?
- ¿Qué
circunstancia propició el éxtasis de un niño sin aparente trayectoria vital?
- ¿Qué
llamada o requerimiento hubo de atender mientras duró aquel ensimismamiento?
La
lectura de El cuento más hermoso del mundo de Rudyard Kipling me indujo a
recrear mi historia. Charlie, el protagonista, refiere al escritor su anterior
vida como galeote, primero en una trirreme griega y posteriormente en un drakar
vikingo, creyendo ser ocurrencias de su ingenio. Entre tanto el autor trata de
sonsacarle la preciosa información con la que escribir su cuento.
Poco
a poco va cobrando verosimilitud el hecho de la historia de un galeote contada
por sí mismo.
Las
Parcas, tan cuidadosas en cerrar las puertas en cada vida sucesiva, se habían
distraído esta vez….
Jaime
sabía más de lo que creíamos y dejaba entrever. Que no fue anteriormente
galeote es seguro y que conoció la Italia del Quatroccento o la Edad de Oro
holandesa es probable. Su capacidad de abstracción y enajenación era
proverbial, hecho que constatarán los que conocieron bien su gran talento y
genio. Toda su vida estuvo jalonada y salpicada de peripecias de similar contenido
y es muy probable que en la actualidad, donde quiera que ande, continúe
derivando por los mismos derroteros.
Que había
recorrido el camino que el destino le había reservado es una certidumbre que
ahora me obsesiona e inquieta.
Los
Señores de la Vida y de la Muerte nunca permiten que se hable plenamente del
pasado…
El mundo de Cristina, Andrew Wyeth
San Francisco en meditación, Francisco de Zurbarán
Mujer frente a una ventana, Edward Hooper