miércoles, 18 de noviembre de 2009

Nuria y Jaime

Nuria Gañet, profesora de violoncello de Jaime, realizó este comentario en el blog días atrás; consideré que dada su extensión, relevancia e intensidad, era motivo plausible para recrear un nuevo post ; las prisas no me permitieron hacer esta breve introducción que he realizado en otros casos similares, la frescura de lo reciente me hizo publicarlo de inmediato, hoy trataré de enmendarme.
Nuria pertenece a esa extraordinaria clase de personas que desde el día que conoces no deja de sorprenderte con nuevos matices de calidad humana que pudiera creerse extintos: franqueza, sinceridad, honradez, cultura, rectitud, coherencia. Virtudes que a su vez vienen complementadas con una capacidad de trabajo encomiable, un autocontrol y disciplina ejemplares y una vocación profesional que la induce a proyectarse sobre sus alumnos con una intensidad que logra extraer de ellos el valor musical más recóndito.
Con Jaime consiguió crear una temprana y verdadera vocación musical, que hubiera perdurado, con total certidumbre, durante toda su vida.
Aquí van esta relación de anécdotas y reflexiones de Nuria sobre su alumno y sobrino que contribuyen, como no, a mantener la memoria y espíritu de Jaime.

Curiosamente, el recuerdo más fuerte que tengo de Jaime es de su primer concierto de orquesta. Tocaba la orquesta del Conservatorio en el Teatro de Alcañiz y Jaime estaba solo en el atril con su camisa blanca inmaculada y su pantalón negro caído. Cuando llegó la hora de saludar al público, él, que me había escuchado mil veces decir que hay que saludar al terminar de tocar, dudaba si dar el cabezazo o no en esta ocasión. Veía que sus compañeros no lo hacían (el protocolo de orquesta lo prohíbe, ya que únicamente saluda el director) pero, tras unos cuantos intentos de saludo, decidió hacerme caso y realizar una flexión profunda. Todas las miradas se fueron a él, me reí muchísimo.
Parece increíble que ya no aparezca en clase con su gran funda del cello, las partituras desparramadas por el suelo, su lápiz negro de cabeza de cebra (que lo tenía desde que comenzó a estudiar cello y premonitoriamente se le acabó unas semanas antes de finalizar en junio)…o que se le pierda la goma de la pica por enésima vez.
Además de la Matrícula de Honor en piano complementario, últimamente había hecho grandes progresos con el cello. Esperaba mucho de él para el futuro. Estaba descubriendo en Jaime una sensibilidad musical innata que hasta ahora mantenía oculta. El Estudio 17 de Dotzauer. Lo vivía como si fuera un concertista tocando en el Concertgebouw. O el Trío de Bach en La menor que tocaba con Miguel y Antonio. Les contagió su fraseo, su musicalidad, sus respiraciones…¡y sus larguísimos ritardandos!
Jaime me ha dejado con ganas de más.
Podría hablar de su relación con los demás, de cómo conectaba con sus compañeros mayores y con los más pequeños, de sus reacciones ante los problemas, de sus ocurrencias, de su dulzura…pero no puedo seguir escribiendo, me cuesta mucho. Todos le echamos de menos.
Cuando recibí la terrible noticia del accidente de Jaime estaba en la montaña, no me lo podía creer. Alguien me dijo entonces que no viera a Dios como un carnicero que siega vidas sino como un jardinero que recoge con cariño la flor en su mejor momento, en el momento apropiado. Así fue.

De Nuria y Jaime

De Nuria y Jaime

De 07.05.25

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